Narrativa: Un sospiro
Por Javier Quintanilla Calvi
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"Fishermen at sea", J. M. W. Turner (1796) |
Nota.- Acompañar preferentemente con Un Sospiro, de F. Liszt
(Versión sugerida: https://www.youtube.com/watch?v=zSHwX2O7j2w)
Un Sospiro
¿Qué es mi cuerpo, si no el tuyo,
flotando a la deriva, hacia mí? Qué es el alma inmortal desahuciada, arrastrada
por los bordes grises de las sombras de las rendijas que separan las baldosas
de la vereda, del plomo llano del pavimento. No menos que trescientos cincuenta
años y doscientos días. ¡No le digas a Francisco que te quiero! Tampoco a
Gregorio. No lo soportaría, ni hoy que cumple mil cuatrocientos años difunto,
ni mañana cuando haya vuelto a vivir. No me digas que me quieres tampoco, que
eso no lo toleraré, eso no. ¿Qué soy yo, sino un descanso? Brevedad.
¿Acaso será verdad? ¿Acaso no
remamos con nuestras manos desnudas hacia el ocaso del tiempo? ¿No ha sido ése
nuestro propósito voluntario, nuestro sacrificio inútil pero desinteresado? Como
el sacrificio de la espuma que rompe en la quilla y desaparece invisible en el
aire. Transparencia, albo y transición. Luego penetra en la cara y llena el
tórax de humedad. Finalmente se desvanece.
¿Te acuerdas cuando fuimos niños?
No, no puedes. Yo tampoco. Qué más da, no es necesario; si las estrellas vieran
atrás no se percatarían del destello fulminante que dejan en el agua. Y está
bien si eso no lo hacen tampoco. Son estrellas y no otra cosa. Su luz, aunque
inanimada, siente el frío de la amplitud y la soledad del cielo, se moja
también cuando toca el agua.
Te he pensado hace poco. Pero me
he forzado a tomar tu mano y detenerte. No me sirves ni te estimo por canto
político. He dejado que te reduzcas espontáneamente. No merece el mundo tu
desdicha. Correspóndeme, pues, echarte del Paraíso al agujero de tierra lleno
de lobos, y ratas. Porque así lo deseo, y así debe ser. ¿Acaso no deseaste tú
lo mismo? ¿Pero qué eres, que te escurres entre los barrotes del drenaje de la
pista, que te camuflas como camaleón confundido? No me dejas otra opción más,
que perdonarte la vida.
Alumbra el farolito, a tres o
cuatro pasos. La lluvia ya está calmando, y al otro margen el auto, antes vacío
y silencioso, prende ahora las luces y avanza con sutil indiferencia. Los adoquines,
ligeramente convexos hacia el cielo nublado, han formado siete u ocho
riachuelos. Me siento en el borde de la acera, en la línea limítrofe entre tu
mundo y el mío. Ahí vienes, navegando, necio e imprudente, tan meciéndote de
lado a lado que pareciera que en cualquier momento cumplirás tu destino y
volcarás el casco de papel, y hacia estribor caerán tus mástiles y se perderán
en el fondo del charquito de agua que se ha formado al borde del camino. ¿No
ves que atascarás y encallarás en el lodo que se ha filtrado bajo el cemento y
tu proa no lo resistirá?
Me culpo por irresponsable. Por dejarte
zarpar en este temporal. Pero también te culpo por descarado. Por convocar a
las pléyades y por solicitar la compañía de las dríades nocturnas. Por alejarte
de mí con tus chimeneas y luces imaginarias, barquito de papel. Por ser, pues
así yo lo he querido, algo inefable como un suspiro.
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Javier Quintanilla Calvi nació en Arequipa, Perú. Actualmente estudia Historia y Ciencias de la Música en la Universidad de Salamanca (España), en donde además es parte de la Joven Asociación de Musicología. Twitter: @javierqcalvi
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