Narrativa: Un sospiro

Por Javier Quintanilla Calvi

"Fishermen at sea", J. M. W. Turner (1796)

Nota.- Acompañar preferentemente con Un Sospiro, de F. Liszt

Un Sospiro

¿Qué es mi cuerpo, si no el tuyo, flotando a la deriva, hacia mí? Qué es el alma inmortal desahuciada, arrastrada por los bordes grises de las sombras de las rendijas que separan las baldosas de la vereda, del plomo llano del pavimento. No menos que trescientos cincuenta años y doscientos días. ¡No le digas a Francisco que te quiero! Tampoco a Gregorio. No lo soportaría, ni hoy que cumple mil cuatrocientos años difunto, ni mañana cuando haya vuelto a vivir. No me digas que me quieres tampoco, que eso no lo toleraré, eso no. ¿Qué soy yo, sino un descanso? Brevedad.

¿Acaso será verdad? ¿Acaso no remamos con nuestras manos desnudas hacia el ocaso del tiempo? ¿No ha sido ése nuestro propósito voluntario, nuestro sacrificio inútil pero desinteresado? Como el sacrificio de la espuma que rompe en la quilla y desaparece invisible en el aire. Transparencia, albo y transición. Luego penetra en la cara y llena el tórax de humedad. Finalmente se desvanece.

¿Te acuerdas cuando fuimos niños? No, no puedes. Yo tampoco. Qué más da, no es necesario; si las estrellas vieran atrás no se percatarían del destello fulminante que dejan en el agua. Y está bien si eso no lo hacen tampoco. Son estrellas y no otra cosa. Su luz, aunque inanimada, siente el frío de la amplitud y la soledad del cielo, se moja también cuando toca el agua.

Te he pensado hace poco. Pero me he forzado a tomar tu mano y detenerte. No me sirves ni te estimo por canto político. He dejado que te reduzcas espontáneamente. No merece el mundo tu desdicha. Correspóndeme, pues, echarte del Paraíso al agujero de tierra lleno de lobos, y ratas. Porque así lo deseo, y así debe ser. ¿Acaso no deseaste tú lo mismo? ¿Pero qué eres, que te escurres entre los barrotes del drenaje de la pista, que te camuflas como camaleón confundido? No me dejas otra opción más, que perdonarte la vida.

Alumbra el farolito, a tres o cuatro pasos. La lluvia ya está calmando, y al otro margen el auto, antes vacío y silencioso, prende ahora las luces y avanza con sutil indiferencia. Los adoquines, ligeramente convexos hacia el cielo nublado, han formado siete u ocho riachuelos. Me siento en el borde de la acera, en la línea limítrofe entre tu mundo y el mío. Ahí vienes, navegando, necio e imprudente, tan meciéndote de lado a lado que pareciera que en cualquier momento cumplirás tu destino y volcarás el casco de papel, y hacia estribor caerán tus mástiles y se perderán en el fondo del charquito de agua que se ha formado al borde del camino. ¿No ves que atascarás y encallarás en el lodo que se ha filtrado bajo el cemento y tu proa no lo resistirá?

Me culpo por irresponsable. Por dejarte zarpar en este temporal. Pero también te culpo por descarado. Por convocar a las pléyades y por solicitar la compañía de las dríades nocturnas. Por alejarte de mí con tus chimeneas y luces imaginarias, barquito de papel. Por ser, pues así yo lo he querido, algo inefable como un suspiro.

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Javier Quintanilla Calvi nació en Arequipa, Perú. Actualmente estudia Historia y Ciencias de la Música en la Universidad de Salamanca (España), en donde además es parte de la Joven Asociación de Musicología.  Twitter: @javierqcalvi

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