Poesía: El señor de las máscaras

Por Yago Salmón De Lucio

"La intriga" (1890), James Ensor
El señor de las máscaras

El señor de las máscaras está listo para el próximo estelar diurno,
destellos estroboscópicos aletargan los presentes adultos.
Con traje de gala rimbomba el perímetro extralimitado de su percepción actual,
el opioide “codeína” ramifica su comprensión radial.

El torrente sanguíneo del presente mascarero aumenta su irrigación,
resulta que la adrenalina influye en su arte e indiscutible cosmovisión.
No estaba solo, la media luna del equinoccio otoñal ilustra su acto teatral,
muchas veces palpa incluso el abstracto guión medieval.

La obra de pasados milenios, siglo XV para ser exactos,
junto a las drogas que consume integro tras pensar sus actos,
amilana los cachos de la ansiedad de actuar ante tantos malos.

Los mismos que en el pueblo gritaban por quemar brujas en la hoguera,
asistían al circo ahora para ver “La divina comedia”.
Dante era además el señor mascarero, ese era su nombre,
interdiario se repetía, “paradoja ha de ser mi tocayo el de la comedia”.

Y qué casualidad que yo sea el protagonista,
han de saber que es solo un personaje egocentrista.
Porque ningún cuerpo lleva tatuado mi nombre,
yo solo interpreto el papel que me otorguen.

Sin un orden definido, sin una personalidad, sin un istmo,
yo soy todos y no soy nadie, soy un crisol.
Donde todas las características aleatorias preexistentes y sin crear se funden,
metalurgia divina, dorado del sol.
Divergencia, extravagancia, humildad, tiranía,
todas las posiciones humanas hoy admiran mi sonrisa.
Que hoy aprieta, mañana decae,
mis muecas solo toman posiciones irreales.

De fantasía, de ciencia y ficción,
de cuentos e iracundos desdeñados, imaginación.
Si no elijo un personaje no debo pretender ser ni yo mismo,
es más fácil no deberle nada a nadie, ni a mi ser insto.

No tengo gustos ni mucho menos vicios,
yo gusto lo que mis personajes disfruten por tiempos efímeros.
Aunque mi espacio-tiempo es relativo conforme adopto distintos personajes,
colosal o celular, manipulo objetos por mi inmensidad gravitatoria.

Y atraigo a la plebe a ver mis máscaras,
de deidad, canibalismo, la propia cara de mis padres visto.
Con las pieles secas cocí un cuero ancestral,
lo coloco sobre mi rostro y tiene olor a hierro y cal.

Cacaraquear cual cráneo vacío como ignorantes,
es lo único que mis rostros no cubren ni con gomas ni bases.
Bases hidrogenadas, bases de rítmica y baladas,
quién sabe por qué nunca pertenecí a un hogar con migajas.

Que me sirviera pan en la mesa y tuviera a unos padres,
que celebrara navidades y Janucá inolvidables.
Quizá una mascota que me lamiera los pies,
tan solo un hermano que me abrace sin saber.

Y ahora lo único que persiste es mi adversidad hacia la estabilidad,
que difiere a diario si suturar un rostro a mi verdad.
Que me dé por siempre una sola cara para el resto del mundo,
quizá sea más fácil si divago sin rumbo.

Sin un orden definido, sin una personalidad, sin un istmo,
yo soy todos y no soy nadie, soy un niño.
Un niño que de saber cómo, pediría ayuda,
quizá ya esté cansado a la falta de cura.

Porque si el mascarero tiene que ser alguien, entonces:
¿Quién es el mascarero?
¿Seremos acaso solo proyecciones de percepciones sobre ojos ajenos?
En ese caso,
¿el mascarero es alguien?

“Quizá me quede con la máscara del mascarero”,
tiene muchos rostros y ninguno un solo dueño.



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Yago Salmón De Lucio nació en Lima, Perú, en el año 1998. Escritor por amor al arte.Tiene un poemario terminado en el año 2017 titulado "Indultos de una mente perturbada" (aún sin publicar) y ya se encuentra escribiendo sus siguientes obras.

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