Nota: Una Isla y Latinoamérica
Por Javier Quintanilla Calvi
Una
Isla y Latinoamérica
(No ha terminado aún la función, pero la pregunta ya se ha
manifestado en medio de los bailes, canciones y aplausos del público presente. ¿Dónde cabe Latinoamérica?)
Por lo general no me llevo bien con los shows escolares, por
varios motivos. Aun así, fui a ver la última función de
La Isla, de Diana Cueva, puesta en escena realizada por el elenco de los
colegios Villa Caritas y San Pedro de Lima en el teatro de la UNIFE. Algo escéptico,
esperé en la fila e ingresé a la platea lateral izquierda, recordando que hace
un año había seguido el mismo procedimiento para ver la presentación de Escuela
de Rock, producción también de los chicos de estos colegios.
No creo que sea correcto juzgar una obra escolar de la misma
manera que una profesional. Simplemente no es justo. Si quisiéramos hacer un
análisis técnico riguroso de lo que se ve en una producción de este tipo
encontraríamos las mismas cosas de siempre: voces poco entrenadas e inmaduras,
movilidad y recursos de escena rudimentarios y limitados, música en el mejor de
los casos amateur tanto a nivel creativo como interpretativo, etcétera, etcétera. Sin
embargo, es preciso señalar que algunas excepciones a esta “norma” realmente me
sorprendieron, en el caso de La Isla: sin duda estuvo mucho mejor lograda que
cualquier presentación promedio del medio escolar peruano, sobre todo tomando
en cuenta la cantidad de trabas que implica realizar este tipo de cosas incluso
en instituciones que tienen una postura inclusiva y promotora respecto a las
expresiones artísticas y culturales juveniles. Para empezar, la duración del
show: fueron más de tres horas de teatro musical, y creo que, ya sea recordando
diálogos o pasos de baile, apretando teclas o moviendo la escenografía, eso
representa muchísimo trabajo de preparación. Los chicos realmente se lucieron en
ese sentido, y eso no se los quita nadie. Sí, es cierto que hubo
desafinaciones, algunos actores que de vez en cuando se trabaron un poco con
sus líneas (aunque supieron seguir adelante como si nada, sin alterar el
sentido de la obra), algunas coreografías que no estuvieron perfectamente
sincronizadas y el ensamble musical tuvo algún que otro traspié, pero eso no
quita que haya sido un show entretenido, cautivador. La escenografía y el
trabajo tras bambalinas estuvo excelente. En resumen, la función fue, para mí,
un muy buen ejemplo de lo que debe ser un espectáculo escolar. Sin duda, un
despliegue de talento y boicot a las vergüenzas escénicas adolescentes muy
interesante. Un bonito trabajo en equipo, capitalizado por el agradecimiento de
los mismos chicos hacia sus directores, profesores e instructores, una
producción de gran mérito.
Sin embargo, quisiera comentar un poco el fondo de la obra. Desde
el programa de mano, tanto el director, Marcelo Rodríguez, como la autora y
directora adjunta, Diana Cueva, presentan el tema en torno al cual gira la
trama: “Latinoamérica es un caso único en el mundo, pues más de veinte países y
veinte millones de kilómetros cuadrados de superficie comparten la misma
identidad cultural”, dice Rodríguez. “Latinoamérica es la tierra de lo
inesperado, la tierra del milagro”, comenta a su vez Cueva. El argumento de la
obra lo deja claro: un emprendimiento como forma de cumplir un sueño, amigos
que deben irse fuera a buscar nuevas oportunidades, la separación y reencuentro
de los amigos, la distancia, el calor y cariño del barrio, el salir adelante
frente a las adversidades, la unidad de la familia, la identidad ante la
alienación. Todos estos
elementos, enfatizados por música esencial del canon
popular latinoamericano, adornan una historia de amor y búsqueda de la
identidad que, aunque predecible y estereotípica, toca el corazón con la misma
caricia suave con lo que lo haría también alguna película de Disney o la literatura
juvenil. Mentiría si no aceptara que por momentos algunos personajes causaban
ternura, y que algunas bromas y jergas causaban gracia.
Pero, ¿qué es Latinoamérica? ¿Qué nos hace latinoamericanos? Inocentemente, la
obra ofrece algunas perspectivas. Claro, es todo eso: el echar pa’lante, la tradición y el conservadurismo, la flojera tanto como el esfuerzo. No
obstante Latinoamérica es más: la pobreza económica y las contradicciones. Latinoamérica también es
la familia, las danzas y los colores estridentes que no dejan de ser bellos por
eso mismo, no hace falta más que ver una combinación de colores de anuncio de
concierto chicha, las faldas de los pueblos caribeños o andinos, o las fachadas
de nuestras casas en nuestras ciudades. Latinoamérica es movimiento y es
danza. Todo esto, si bien no desmerece a las demás culturas del mundo, debería,
por lo menos, ser considerado igual de maravilloso. Latinoamérica es también, por eso mismo,
riqueza y orgullo. Para algunos es además, como para mí también, una gran apuesta, un
proyecto en marcha. Latinoamérica es así hermosa y constante, música y razón. Pero siguiendo
con esta alusión a Martí Latinoamérica es también, como el diamante,
antes que luz carbón. Toca pues sacarle el brillo.
¿Dónde cabe Latinoamérica? La respuesta es más sencilla de lo que
parece. Latinoamérica cabe en un pañuelo. En el pañuelo de la Marinera, la Zamba,
la Cueca. En los que las abuelitas bordan sus iniciales. También en el pañuelo
que limpia el sudor, o en el que se secan las lágrimas durante las despedidas.
En el que se conservan los aromas de los seres queridos cuando están lejos y en
el que se envuelven las comidas para su transportación. En el pañuelo que se
extiende en el piso delante de los músicos callejeros latinos dispersos por el
mundo. En el pañuelo que limpia las lunas empolvadas de los marcos de fotos de
las mesas de noche y de las paredes. En esos paños que se llevan en la cabeza
con juventud y flores y despiden alegría, y los que cargan con las penas también, como el que
llevan en la cabeza las abuelas de Plaza de Mayo. En el pañuelo que todos
tenemos y nos acompaña, aunque suela estar sucio y gastado. Latinoamérica también cabe en ese
pañuelo con aires de inmigración y herencia intercultural producto de la
interconectividad oceánica, pañuelo incluso con aires de esclavitud.
Efectivamente, a Latinoamérica la conforman más de veinte países, que cubren veinte millones de kilómetros cuadrados de
selvas, bosques, playas y cordilleras. Se suman también los mares que besan
sus costas y los lagos que reflejan el sol en el día y las estrellas en la
noche. De igual manera aparecen los animales y plantas de sus diversas
regiones. Y junto a todo esto, y por encima de ellos, unos seiscientos treinta
millones de personas que la habitan, y muchos más que la recuerdan con
nostalgia desde el extranjero. Sí, Latinoamérica es un fenómeno único en el
mundo. Y todo ese fenómeno cabe en un pañuelo.
Muchas felicitaciones a todos los involucrados en la puesta en
escena de La Isla. ¡Ahora a seguir mejorando y echando pa’lante, apostando por
la construcción de una Latinoamérica y un mundo mejor!
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Javier Quintanilla Calvi nació en Arequipa, Perú. Actualmente estudia Historia y Ciencias de la Música en la Universidad de Salamanca (España), en donde además es parte de la Joven Asociación de Musicología. Twitter: @javierqcalvi
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